Las razones por las que unas
personas cualesquiera se vinculan a un proyecto común son dispares e
inesperadas. Son tan distintas como los estados de humor que presentan un
labrador o un ciclista ante un día de chaparrón. Ninguna de las respuestas es
más o menos que la otra. A buen seguro resultará muy difícil de explicar que a
pesar de las circunstancias que la lluvia lleve implícita, ambos sujetos serán
capaces de sonreír juntos bajo el mismo paraguas.
Llegar a conclusiones que sirvan
para ser reutilizadas ante lo que nos vamos a encontrar mañana no es tarea
sencilla. Como el buen vino, gestionarlas demanda pausa, reflexión, observación
y mucha distancia que permita amplias perspectivas. Tanto los gatos blancos
como los negros resultan ser pardos a partir de la media noche.
Todas estas son premisas que te
alcanzan cuando las heridas cicatrizan y los morados desaparecen. Son la suma
de los caldos que has llegado a cocer divido entre los que te has tomado. Sobre
todo, aquellos que te han puesto en la mesa de la vida cuando menos te
apetecía.
A todo esto, que algunos llaman
vivir, yo lo termino con un aprender. Las fórmulas se quedan incompletas cuando
no terminan en un igual a resultado. Es la manera en la que podemos medir la
distancia entre lo que pensamos, lo que podemos visualizar y lo que estamos en
disposición de poner en práctica. La ensalada no tiene alma si no la sazonamos
con la decisión suficiente para llevar las cosas a la acción. Vamos, lo que es
ponerte a ello y hacerlo.
Hasta aquí cuatro párrafos para
poner sobre el blanco el trasfondo que llevó a una treintena de personas más o
menos jóvenes, apasionados por contar, compartir, descubrir y exponerse ante
los demás mediante algunas habilidades que creían tener, que tenían o que
terminaron por descubrir. Todo a base de colocarse ante un micrófono Shure, una
mesa de mezclas Link, un ReVox, unos platos Technics, un montón de vinilos
llenos de canciones presidido todo por la mirada crítica y omnipresente de un
señor espigado, de voz grave y distorsionada respiración al que llamábamos Don
Paco.
Toda una época. Una página en la
historia de Sitges y de sus poblaciones vecinas a las que la antena de una
radio con aspiración de compañía me alcanzó. Para que con el tiempo, siempre el
necesario, llegara a la conclusión de que existen muchas formas de acompañar y
solo una para que ocurra: que por lo menos dos quieran que pase.
Oyentes y locutores, pincha
discos y disc jockeys, programas de arte Foz, el se compra, se vende, se cambia
(el Wallapop de la época), las críticas deportivas del García, EL Guitar Shop, los
eventos del Festival de Cine Fantástico y de Terror, las impresiones de los
hermanos Matas, las críticas cinematográficas de Román Gubern o las comicidades
de unos desconocidos TRICICLE. Un sinfín de capítulos personales que montaban
el mosaico de una villa y corte trazada desde el Dos de Mayo, al Pachá o la
Atlántida. Todo un hervidero de vivencias que se importaban al resto del mundo
a través de ese torrente internacional que hizo y hace que Sitges sea una marca
mundial. Y ahí es nada, estábamos todos nosotros.
Escuela profesional para muchos y
academia de vida para todos. De una u otra forma cuando detienes la mirada en
las vivencias individuales te das cuenta como cada cual sacó la médula de su
experiencia de comunicación para revertirla en sus futuros pasos, en los nuevos
retos que van desde las radios generalistas, podcasts o a plataformas como
NETFLIX. Todos de alguna manera nos sentimos alimentados por esa droga que es
transmitir y contar historias.
Han pasado treinta años. Unos
cuantos telediarios que omitimos para centrarnos en aquellas extraordinarias
vivencias que nos hicieron protagonistas del tiempo que nos tocó vivir. Siento
que el ser parte de ello no me resta el derecho a reivindicar el olvido
institucional y la deuda que Sitges tiene con este periodo de su historia escrita
por la emisora que generaba contenidos desde el sótano del Palacete ubicado en
el Paseo Marítimo, nº25 de Sitges. La Radio Sitges de toda la vida, la del
Peris Mencheta.
De vez en cuando, nos
reencontramos para recordar batallas de juventud. Está bien volver al pasado
para recoger lo mejor de cada momento. No obstante, y más allá de una buena
paella compartida, sería muy enriquecedor que el homenaje a esta radio hecha
desde el amor a la comunicación se pudiera recordar haciendo radio, en vivo y
frente a las gentes que la recuerdan o que no la conocieron para volver a
sentir de qué manera se ponía en valor una radio de carne y hueso, sencilla,
fácil y cercana. Algo que parece lejano y que queremos retener y compartir
siempre.